Algunas consideraciones sobre el Marxismo: Desde Lara (Venezuela) para todo aquel que se sienta revolucionario (página 2)
Lo humano y lo inhumano se revelan en todos los dominios con
la misma necesidad, como dos aspectos de la necesidad
histórica, como dos factores del crecimiento del mismo
ser. Pero estos dos factores, estas dos facetas, no son iguales y
simétricos, como el Bien y el Mal en ciertas
teologías (el maniqueísmo). Lo humano es el
elemento positivo; la historia es la historia del
hombre, de su
crecimiento, de su desarrollo. Lo
inhumano no es más que el aspecto negativo: es la
alienación, por otra parte inevitable, de lo humano. Por
tanto, el hombre, al
fin humano, puede y debe destruirla, rescatándose a
sí mismo de su alienación.
La alienación, al liberarla de interpretaciones
místicas y metafísicas, de toda hipótesis fantasiosa, Marx dio un
sentido preciso a la antigua y confusa teoría
de la alienación. Mostró que la alienación
del hombre no se define religiosa, metafísica
o moralmente. Las metafísicas, las religiones y
los sistemas morales
contribuyeron, por el contrario, a alienar al hombre, a
arrancarlo de sí mismo, a desviarlo de su conciencia
verdadera y de sus verdaderos asuntos trascendentales de la vida
misma. Pues, la alienación del hombre no es ideal y
teórica, o sea, no ocurre solo en bien y sobre todo
práctica, y se manifiesta en todos los dominios de la vida
práctica.
El trabajo
está alienado, sojuzgado, explotado, se ha vuelto
fastidioso, humillante. La vida social, la comunidad
humana, se halla disociada en clases
sociales, enajenada, deformada, transformada en vida política, falseada,
utilizada por medio del Estado. El
poder del
hombre sobre la naturaleza, lo
mismo que los bienes
producidos por ese poder, están acaparado, y la
apropiación de la naturaleza por el hombre social se
transforma en propiedad
privada de los medios de
producción. El dinero,
símbolo abstracto de los bienes materiales
creados por el hombre (esto es, del tiempo de
trabajo social
medio necesario para producir tal o cual bien de consumo),
domina como amo a los hombres que trabajan y producen. El
capital, esta
forma de la riqueza social, esta abstracción (que, en
cierto sentido, y tomado en sí mismo, o es más que
un juego de
letras comerciales y bancarias), impone sus exigencias a la
sociedad
entera e implica una organización contradictoria de esta
sociedad: la servidumbre y el empobrecimiento relativo de la
mayor parte de sus miembros.
Sin lugar a dudas, de este modo los productos del
hombre escapan a su voluntad, a su conciencia, a su control. Toman
formas abstractas: el dinero, el
capital, los que en lugar de ser reconocidos como tales y de
servir como tales (esto es, como intermediarios abstracto entre
individuos actuantes) se convierten, por el contrario, en
realidades soberanas y opresivas. Y ello en beneficio de una
minoría, de una clase
privilegiada que utiliza y mantiene ese estado de cosas. Lo
abstracto se convierte así, abusivamente, en lo concreto
ilusorio y, sin embargo, demasiado real que abruma a lo concreto
verdadero: lo humano.
En consecuencia, la alienación del hombre se revela en
su temible extensión, en su real profundidad. Lejos de ser
sólo teórica (metafísica, religiosa y
moral, en una
palabra ideológica), es también y sobre todo
práctica, es decir, economía, social y política. En este
plano real, se manifiesta en el hecho de que los seres humanos
estén sometidos a fuerzas hostiles que no son, pero se han
vuelto contra ellos y los arrastran hacia destinos inhumanos:
crisis,
guerras, en
fin, hacia convulsiones de todo tipo.
Pues bien, el hombre o la especie humana, que lucha contra la
naturaleza y la domina en el curso de un devenir propio, no
pueden separarse de ella. La relación del hombre con la
naturaleza es una relación dialéctica: una unidad
cada vez más profunda en una lucha cada vez más
intensa, en un conflicto
siempre renovado que toda victoria del hombre, toda
invención técnica, todo descubrimiento en el
conocimiento, toda extensión del sector de la
naturaleza dominado por el hombre viene a resolver en su
provecho.
Esto, sin lugar a dudas, envuelve que el hombre no se
desarrolla, más que en relación con este "otro" de
sí que lleva en sí mismo: la naturaleza. En efecto,
no ejerce su actividad ni progresa más que haciendo surgir
del seno de los objetos, de los productos de la mano, y del
pensamiento
humano. Estos productos no son el ser humano, sino sólo
sus "bienes" y sus "medios". No existen más que por
él y para él; no son nada sin él, porque son
el producto de su
actividad; recíprocamente, el hombre no es nada sin esos
objetos que lo rodean y le sirven. En el curso de su desarrollo
el ser humano se expresa y se crea a sí mismo a
través de este "otro" de sí constituido por las
innumerables cosas elaboradas por él. Al tomar conciencia
de sí mismo, como pensamiento humano o como
individualidad, el hombre no puede separarse de los objetos,
bienes y productos. Aunque se distingue de ellos e inclusive se
les opone, tal cosa no puede suceder más que una
relación dialéctica: en una unidad.
Pero, precisamente, he aquí que, en el curso de este
desarrollo, ciertos productos del hombre adquieren
inevitablemente una existencia independiente. Incluso lo
más profundo y esencial de sí mismo; su pensamiento
y sus ideas le parecen originados fuera de él. Las formas
de su actividad, de su poder creador, se liberan del sujeto
humano, y éste comienza a creer su existencia
independiente. Estos fetiches (que van desde las
abstracciones ideológicas y el dinero hasta el Estado
político) parecen vivientes y reales, y lo son en cierto
sentido, ya que reinan en lo humano.
Es así que el ser humano que se desarrolla no puede,
separarse de este "otro" de sí mismo constituido por los
fetiches. Además, los bienes sin los cuales no
existiría ni por una hora, y que, sin embargo, no son
"él", están indisolublemente ligados al ejercicio
de sus funciones y de
sus poderes. La libertad no
puede consistir en la privación de los bienes, sino, por
el contrario, en su multiplicación. La relación del
hombre con los bienes no es, esencialmente una relación de
servidumbre, salvo en una sociedad en la que los bienes son
sustraídos a las masas humanas y acaparados por una clase
que se apoya en una organización y un fetichismo
adecuado.
Sin lugar a dudas que, la relación del ser humano con
los fetiches difiere en consecuencia de la relación con
los bienes. La relación dialéctica del hombre con
los bienes se resuelve normalmente, y todo momento, mediante una
toma de conciencia del hombre como vida propia y goce apropiado
de su vida, como poder sobre la naturaleza y sobre su propia
naturaleza. Mas la relación del hombre con los fetiches se
manifiesta como enajenación de sí y pérdida
de sí; es esta relación la que el marxismo llama
alienación. Aquí el conflicto no puede resolverse
más que mediante la destrucción de los fetiches,
mediante la supresión progresiva del fetichismo y la
recuperación por el hombre de los poderes que los fetiches
dirigieron contra él: mediante la superación de la
alienación.
La superación de la alienación implica la
superación progresiva y la supresión de la
mercancía, del capital y del dinero mismo, como fetiches
que reinan de hecho sobre lo humano. Implica también la
superación de la propiedad privada. No la supresión
de la aprobación personal de
bienes, sino de la propiedad privada de los medios de
producción de esos bienes, medios que deben pertenecer a
la sociedad y pasar al servicio de lo
humano. La propiedad privada de los medios de producción
entre, en efecto, en conflicto con la apropiación de la
naturaleza por el hombre social. El conflicto se resuelve
mediante una organización racional de la producción
que quita a las clases y a los individuos monstruosamente
privilegiados la posesión de esos medios.
El hombre no se hace humano más que al crear un mundo
humano. Llega a ser él mismo en y por su obra, sin
confundirse con ella y, sin embargo, sin separarse de ella. La
producción activa por el hombre de su propia conciencia
interviene en el proceso
natural de su crecimiento, sin quitarle por eso el carácter de proceso natural, hasta el
momento en que, mediante un salto decisivo, el ser humano llega a
ser capaz de organizar su actividad de manera consciente y
racional.
En el curso de este desarrollo, de por sí complejo,
surge otro factor de complejidad: el mundo inhumano (falsamente
humano) de los fetiches. Por tanto, la historia humana muestra
interpretaciones e interacción incesantes detrás
aspectos o elementos: el elemento espontáneo
(biológico, fisiológico y natural); el elemento
reflexivo (la conciencia naciente, débilmente diferenciada
en sus comienzos, pero, sin embargo, ya real y eficaz); el
elemento aparente, ilusorio (lo inhumano de la alienación
y los fetiches).
Este mismo proceso complejo de triple aspecto, en el que, sin
embargo, el elemento consciente llega siempre, en un momento
decisivo, a dominar el elemento espontáneo y criticar el
elemento ilusorio, puede señalarse en toas estas
realidades prácticas, históricas y sociales: la
nación,
la democracia,
la ciencia, la
individualidad, entre otros.
Dicho esto, el socialismo, no se
define como un ideal, como un paraíso sobre la tierra y en
un porvenir incierto. No se define tampoco como un estado de
cosas, ordenado y previsto por un pensamiento
racional pero abstracto. Estas anticipaciones, esas
utopías, esas construcciones imaginarias son excluidas por
un método
racional: el marxismo, es decir, la sociología científica. De otro lado,
sólo el análisis dialéctico puede distinguir
estos elementos, perpetuamente en conflicto en el movimiento
real de la historia.
La moral
El marxismo, entiéndase materialismo
histórico, aporta una crítica
de los sistemas morales del pasado, y contribuye luego con
indicaciones prácticas y teóricas para la
creación de una nueva moral.
Los sistemas morales fueron siempre o se transformaron
siempre, en instrumentos de dominación de una casta o
clase social. Marx mostró de varias maneras que nunca hubo
una moral de amos y una moral de esclavos, sino sistemas morales
establecidos por los amos para los esclavos. Las condiciones de
existencia legitimadas por los sistemas morales permitieron
siempre esa dominación, que la formulación moral
venía en seguida a coronar, sancionar y perfeccionar; de
igual modo, que la formulación jurídica y
religiosa.
Tanto el derecho como la moral
sancionaron siempre las relaciones y condiciones existentes, a
fin de inmovilizarlas e inclinarlas en el sentido de la
dominación de las clases económicamente
privilegiadas y políticamente reinantes. En consecuencia,
la alienación moral no está separada, social,
histórica o prácticamente, de las otras formas de
alienación: la ideología general, el derecho, la religión, entre
otras.
El marxismo afirma que actualmente es necesario crear una
nueva ética,
liberada de la alienación moral y de la alienación
ideológica; se niega a establecer valores fuera
de lo real, y en consecuencia, busca en lo real el fundamento de
las valoraciones morales.
Ante todo, en la sociedad moderna, como la nuestra, dividida
en clases una de éstas juega un papel, sin lugar a dudas,
privilegiado, en el sentido profundo de la palabra: es el
proletariado. Sólo él puede liberar la sociedad y
al hombre liberándose a sí mismo, porque soporta
todo el peso de la opresión y de la explotación. En
su condición de clase oprimida, aceptó largo tiempo
los valores
morales que le fueron impuestos y lo
mantenían sometido: resignación, humildad,
aceptación pasiva, etcétera. Como parte integrante
de la clase sojuzgada, el proletariado encontraba en la moral una
compensación ficticia y una recompensa ilusoria: era un
pobre "meritorio", un "bravo y honesto trabajador", siempre que
aceptará sin discusión los estrechos límites de
su actividad. El proletariado no llegaba, como clase oprimida, a
crear sus valores propios, y menos todavía a hacerlos
admitir. El trabajo, y
sobre todo el trabajo material, eran despreciados. De igual
manera, y en un plano análogo aunque con un peso
diferente, las mujeres continuaban sojuzgadas o explotadas, y en
consecuencia, la maternidad no fue jamás reconocida
plenamente como función
social y como valor, ni el
trabajo doméstico como un trabajo social.
Es así que el proletariado ascendente se comporta de un
modo por completo diferente. Marx y los marxistas comprobaron
este hecho y mostraron sus razones, esto es, su racionalidad
profunda. La clase ascendente se libera de los valores
ilusorios y crea sus valores propios, su heroísmo, sus
virtudes. Como trabajador explotado y oprimido, el proletario
sólo necesita paciencia y resignación. Pero como
individuo
consciente de de su clase, y en consecuencia, del papel
histórico de esta clase, tiene necesidad de coraje, de
sentido de las responsabilidades, de entusiasmo; debe adquirir
conocimientos múltiples y considerar como valores, la
lucidez en la acción
y la comprensión de las situaciones.
Oprimido y sumiso, el proletario considera la obediencia como
una virtud. Pero cuando actúa, en la lucha
económica y política, la iniciativa, la disciplina, el
sentido de las responsabilidades se convierten para él
necesariamente en valores. Debe adquirirlos, pues para él
es una cuestión de vida o muerte. Tiene
así acceso a una esfera superior de actividad. Su aporte
consiste esencialmente en una ética nueva, que resuelve,
problemas en
apariencia insolubles, como por ejemplo, la necesidad de unir la
disciplina colectiva con la iniciativa individual resuelve
prácticamente, en el dominio limitado
pero profundamente real de la acción, el viejo conflicto
entre lo individual y lo social. Marx dijo sobre estos problemas,
que para el proletariado estas virtudes nuevas son aún
más necesarias que el pan de cada día.
De ahí que, si la resignación ya no tiene
sentido y la pasividad no puede ya pasar por una virtud, es
porque otra cosa llega a ser posible. El poder del hombre sobre
la naturaleza es lo suficientemente fuerte para que desde ahora
toda resignación se relegue por sí misma en lo
irracional y lo absurdo.
El marxismo no trae un humanismo
sentimental y quejumbroso. Marx no se ocupó del
proletariado porque estaba oprimido, para lamentarse de su
opresión. Mostró cómo y por qué el
proletariado puede liberarse de la opresión y abrir
caminos hacia todas las posibilidades humanas. El marxismo no se
interesa en el proletariado en la medida en que es débil,
sino en la medida en que es una fuerza; no
porque es ignorante, sino porque debe asimilar y enriquecer el
conocimiento;
no porque la burguesía lo haya sumido en lo inhumano, sino
en la medida en que lleva en sí mismo el porvenir del
hombre, y rechaza como inhumana esta vanidad burguesa. En un
plato: el marxismo ve en el proletariado su devenir y su
posible.
De este modo el marxismo renueva la idea del hombre y del
humanismo dándole un sentido plenamente concreto. Ha
subvertido, revolucionado la vieja filosofía. Ha eliminado el pensamiento
abstracto, contemplativo, especulativo, en una palabra,
abolió la metafísica.
BIBLIOGRAFÍA
Lefebvre, H. El Marxismo. Ediciones Tiempo Crítico,
Medellín, Colombia
(1973).
Marx, C. Acerca del Colonialismo. Editorial Progreso, URSS
(1981).
Poulantzas, N. Poder Político y Clases Sociales en el
Estado Capitalista. Editorial Siglo XXI, México
(1978).
Autor:
Alberto Vargas
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